Tintas de sangre tus pinceladas
se arrastran dolorosamente
sobre la tela,
las pinturas diluidas en lágrimas
cuentan tu historia sórdida de penas,
de desamores y fantasías.
Los trazos son largos y afilados
y lloran la constante presencia
de tu maternidad frustrada,
los trazos enérgicos hacen justicia
de un espíritu que no se quiebra
que vuela libre sin los aparatos medievales
que torturan tu cuerpo.
Los pedazos fragmentados de tu columna
se unen con la tierra generosa
que los recibe y convierte en tallos,
en enredaderas, que se aferran poderosas
a la vida.
Solo tu mirada de negro insondable
puede ver a la muerte que duerme a tu lado.
No hay resabio, ni dolor, ni miedo
porque los ojos vacíos de la muerte
fueron tu prisión durante un tiempo.
Poderosa te levantas,
más allá del impedimento de tu silla
y eres naturaleza viva señora de los alcatraces
Coyolxauhqui desmembrada, que oculta su dolor
y se vuelve a unir para seguir peleando
desde la trinchera oscura de la noche.
Tu maternidad fallida eleva a Diego
a la categoría de hijo, de protegido
cuando debieras ser tú, madre prolija
de los pinceles y la trementina
quien recibiera las bondades de la vida.
El mundo es una cama, donde sueñas,
donde pares el talento que dejas en el lienzo
donde has olvidado como era tu vida
Antes del dolor.
Un mirlo descarado vuela sobre tu mirada
que se mueve inquieta buscando una presa
que confiada termine en tu cama
y alimente tu ingenio y tu fuerza.
Y que se quede atrapada por siempre
en tus pinturas, relato fiel de tu vida,
o más bien, de tu muerte terrena
y de tu propio renacer con fuerza divina
Sonríes a la muerte que llega y te busca
y que por fin arrastra tu cuerpo que ya estaba muerto,
pero intenta despojarte de lo único vivo que te queda:
tu ingenio y tu talento.
Te despides con huipiles y rebozos, con flores rojas
y amarillas que adornan tu cabello.
Joven, pálida y demacrada, con tus dedos enjoyados
no estás sola, como siempre
la muerte está durmiendo a tu lado.