Por aquella tarde remota, dorada,
En horas, cuando el día en luces arreboladas expira,
Abrí la riqueza de tu celsitud, encerrada
En mentes de tus grandes mágicos inabarcables,
En obras de quienes te ofrendaban su lira,
Y tu gravedad, profundidades inexplorables
Me rindieron, elevando mi alma enamorada.
Y hojas vetustas y amarillentas pasando,
Con espíritu ávido tu esplendor conocía
Olvidando el tiempo, barreras espaciales negando,
Me disolvía en tu sapiencia ingente,
Y tu poderío en el evo me sumergía
Y me obcecaba tu puridad refulgente
Cuando, pasmado, los libros sagrados leía...
Embelesado quedé, por tu grave misterio marcado,
Mi razón admirada tus dominios dejar no podía,
Tu bandera seguí, exaltado y embriagado;
Y me renovaste, me diste fuerzas y osadía,
Me deparaste las esperanzas y justa doctrina
Con mordacidad quevedesca y sagacidad cervantina.