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¡EN TRANQUILA SENECTUD!

 

 

¡EN TRANQUILA SENECTUD!

 

La pátina que en tu piel, mujer, mis labios dejaron,

no podrá jamás borrarla ni el tiempo con su vejez;

es como el manto sagrado que al Nazareno abrazaron:

¡Los tejidos maltratados y también su desnudez!

 

Así va pasando el mundo, su indeleble y cruel factura

sobre nuestra humana forma, desde la misma niñez,

y con precisión nos borra, cualquier rasgo de hermosura:

¡Sin importar que posemos de genuina candidez!

 

La mortaja está adherida sobre la frágil corteza

desde cuando abandonamos, el vientre y su calidez;

y jamás podrá burlarla, la aristocracia y nobleza:

¡Porque de muerte enfermamos allá desde la preñez!

 

Disfrutar el día a día, es la fórmula más sabia

sin evocar los tropiezos o tristezas del ayer,

no escanciemos en la copa, letal veneno de rabia:

¡Precisa llega la hora que habremos de perecer!

 

Llevemos vida quiescente cual indefensa crisálida,

que en el interior se anide bullente nuestra virtud;

al final de la jornada sabremos cuánto fue válida:

¡La existencia que tuvimos, en tranquila senectud!

 

En nuestro propio interior, cavamos la sepultura

sin importar el puntaje que arrojó nuestra lección;

el templo de nuestro cuerpo contiene la asignatura:

¡Y él nos dirá si aprobamos o merecemos perdón!

 

Ese llanto primigenio que exhalamos cual big bang:

¡se apagará en estertores, cuando nos llegue el final!

y entonces por fin seremos, unidos, el yin y yang:

¡En suma el principio grande, del orden universal!

 

Jaime Ignacio Jaramillo Corrales

Condorandino