En esas tierras zulianas
la gente era religiosa,
no podían ver una sotana
por que se inclinaban
ante el cura en postra.
Criada en esa romana
no me quedaban las ganas,
pero debía ir a misa y
verme con las sotanas.
Una cosa me reprimía,
la levantada temprano
para visitar el templo.
Teníamos que dar ejemplo
como los buenos cristianos
e hincarnos de rodillas
en aquellas duras sillas
toditicos los hermanos.
Cuando llegaba a la misa
con aquel calor que hacía,
todo me producía risa,
casi siempre me dormía
y todo me lo perdía.
! A ese insoportable sueño,
un pellizco le seguía!
Manterme en pie quería,
pero no lo conseguía.
Cuando venía la cestica
para recoger la limosna
hasta lástima tenía.
Me hacía la quietecita
a ver si la pasaban ligerito
y no se llevaban los cobritos.
!Yo sabía que me alcanzaban
para comprar mis chiclitos!
Antes de ir a la misa
no tomaba ni lechita
y, mucho menos, mi arepita.
¡Si acaso, me ponía la camisa!
Mi estómago resistido
emitía unos chillidos
que a veces me daban pena.
Era la falta de avena
y el hambre que me asistía,
por la larga eucaristía
que al cura se le ocurría.
En una parte de la misa
yo siempre ponía atención.
Esta era la comunión
donde algo se repartían
y siempre me iba lisa
porque nada me darían.
¡Que tortura mi Señor !
Para esta pobre cristiana,
esta cosa no era humana,
!Esa misa era el horror!
Y un castigo pa´ mis ganas
de seguir en mi dulce cama,
jugándome con mi hermana.
Ahora, entiendo yo el por qué,
cuando paso por una ermita
me da por cruzarme dos veces,
para no pensar, si entro y
que la tortura se repita.
¡Si a la misa vas obligada.
vete bien desayunada!
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Raiza N. Jiménez, Rnj.
Poemario: Ordalía Poética ( el Verbo se hizo Mujer) 2014, pp.63-64