Ay mujer de hierro y sangre,
nos cruzamos para la vida,
paso a paso buscándonos,
de una mesa a otra,
por años, por viajes y luna,
recogiendo de un sitio secreto
el calor de tu fruta
y el aroma que desgrana tu patria.
La dulzura se fundió
en mi sangre de tierra y entre los océanos
parecías una botella salvaje
y te apreté a mi cuerpo como si la lava
recobrara inesperadamente la vida:
beso a beso entre cristal y fuego
toda la sed se acaba entre nosotros
y la muerte y la vida y tu boca y la mía:
hemos nacido de nuevo
y no hemos perdido nada,
todo lo que traíamos lo echamos
al fondo del agua sacándonos del tiempo.
Cuando he llegado aquí,
mi boca se detiene como las olas
que repite la vida,
eres sólo una forma
en la red del fuego,
eres la rosa salvaje que rescaté
de la selva entre movimiento y quemadura,
has entregado
el barro secreto de tu infancia,
tú palpitaste dentro de una vasija
de manzanas y flores,
¡ay cómo pudiera yo dejar mis manos
sin tu harina y tu sombra!,
veo los monumentos de tu jardín oscuro,
de esa antigua joya rota,
entre las cicatrices pasó la pólvora
de un solo beso y en un sueño olvidado
el viejo árbol que te esconde.
Y cuando viene la herida
que tiene la forma de tus besos,
hay un gran viento desangrándome,
y mi propio silencio suele llevarme
a la noche que derriba mi sueño
inquieto que suele tener las hojas
sedientas de la tierra torturada.
Pero aquí estoy,
guardaré tu silencio y tu dulzura.
Es el cuerpo del jazmín sobre la noche.