Amor, de esta guerra lo que lacera
mi alma es tu distancia.
Pero tú en mi pecho me resguarda de las
armas forjadas y de la astucia enemiga.
En este campo de desgracia eres oración,
yelmo, escudo, adarga, coraza y
castillo fuerte; alzado y veteado con
zafiro y carbunclo precioso.
¿A quién he de temer si sé
que me espera?
Por ti asaltaré los muros,
rebasaré las trampas, derribaré ejércitos,
tomaré báculos, ciudades,
me haré del botín y pondré en alto el
resplandor de tu bandera indomable.
De aquí saldré ileso para ir en
pos de tus ojos, del almíbar de tus labios,
de tus manos de seda y
del ébano de tu piel.
La inquietante esperanza del amor
en la alcoba me hace guerrero
fiero en medio del valle de
muerte y del terror nocturno.
Espérame, amor mío.
Yo a tus pies he de rendir los
honores de esta angustia fastidiosa y
de lo que será todo mi glorioso triunfo.