Entrelazados tu cuerpo y el mío
en plegaria y comunión con Eros,
exhalando un prolongado suspiro
sellado después con un beso.
Con el continúo vaivén
de nuestros cuerpos
que se desbocan
en el campo del deseo
Torpes las caricias se pierden
en la soledad de nuestras espaldas,
y los dedos como garras
que hieren la trémula carne
que palpita y se relaja.
Confundidos entre el gemido
y el grito, nos prodigamos
hasta el último aliento.
En ardiente abrazo me encadenas
mientras que en espasmos
fluye un río, que se pierde
en el encuentro de tus piernas.