Tañando van…
despacio para unos
y raudos para otros,
así son los segundos
que van agonizando
lenta y pausadamente
el transcurrir de las horas.
Uno más uno…
Segundos adustos e inalterables
que van cumpliendo años
instante a instante,
golpe a golpe,
como el sonido del mazo
contra el duro yunque
cuando golpea contra las sienes.
Segundos tristes y afligidos,
llenos de pasión y de paciencia,
de sangre, sudor y turbación,
de lujuria, tenacidad y sosiego.
Ellos son los pavorosos
arañazos que nos requiebran
la dicha o nos dan la alegría.
Segundos y más segundos,
segundos que desfilan
ante nuestros ojos
sin darnos cuenta,
que nunca volverán
a permanecer a nuestro lado
y que se escapan de entre las manos
dejándolas sin resuello,
sin ganas de continuar caminando.
Son como el filo del escalpelo
que cercena el momento,
como el relámpago al partir el cielo
o como la herida que nos deja la parca
cuando llega a visitarnos.
Nos donan el suelo manchado de pena
mostrándonos sin darnos cuenta,
lo que nos perdemos,
lo que poseemos,
o algunas veces,
lo que apartamos de nuestro lado
considerando todos los que nos quedan.
Pero no son tantos,
pero sí feroces,
tanto, que duele hasta el perderlos.
No son perdurables,
ni tan siquiera nuestros,
son el escaso tiempo que poseemos
entre la vida y la muerte.
Así son los segundos,
efímeros y fugaces,
pero sin ellos,
sin ellos…
¡Dónde estaríamos sin ellos!