Se cuela entra los dedos
que cubren mi cara
un dejo de culpa
por haberte abandonado
a mitad del camino
Llega de vez en vez a mí,
la tristeza por haberte perdido
o porque fuimos compañeros de viaje
solo hasta que tú nombre
me resonó hueco y vacío.
Muchas veces
me detuve en silencio,
solo para encontrar
mis huellas solitarias,
reclamé tu nombre
en mis miedos infantiles
y estuviste siempre presente
en mis culpas y rubores juveniles.
Te fui perdiendo de a poco,
y con los años mi corazón
se fue vaciando de tu presencia.
Fuiste una ilusión necesaria,
y un hechizo mágico de la abuela
para frenar mi rebeldía
Te dejé partir
y tu recuerdo se fue haciendo débil,
como el trompo y la rayuela,
como las escapadas de la escuela
y los primeros besos robados
a la niña nueva.
Te reconozco Dios de Neón,
titilante y frio como la muerte.
Ausente cuando se fue mi hijo
y cuando te llame en silencio
o cuando desesperado
te necesite a mi lado
Hoy no reclamo tu ausencia,
ni espero encontrarte
al final del camino.
No te busco más,
porque estoy consciente,
consciente, de que te has ido.