No podría comer de ese yantar, tales viandas eran de mi madre,
aunque el hambre se coma mis huesos y este ayuno impuesto de tristeza me hubiera secado el paladar.
¡No!, no podría; como digo: esas viandas eran de mamá, y sé que ella lleva un arcano hambre de amor.
Cómo sería yo capaz de comer la bendición de mi madre si de ella me alimenté, si de sus pechos me fleté de azul leche.
No podría, aunque pierda la vida, no podría...
Tales viandas no tienen cubiertos, cómo iba yo entonces a comer...
A la mesa de mi madre me senté, y a la diestra un Cristo de perdón, en el poyo la transubstanciación se holocausta ante un amor ausente.
¡Mamá no está!
A dónde fuiste...!
Esas viandas son el fiambre de sus años, su absurdo y menesteroso \"No volveré a hacerlo jamás\",
tales viandas tienen días que nadie podrá contar, tales viandas son las balanzas donde se pesan sus tristezas en Oro Real.
Ni siquiera la noche pudo hacerle oscuridad...
Y yo, aunque tengo hambre, prefiero la muerte, pero como dije antes; tales viandas carecen de cubiertos aquilatados de mármol Serafín.
Ahí viene mi madre, toda ella estira su garbo para hacerse de ella misma, y poderse tocar el beso.
A estado lejana, ajena de mí, sedienta de mí, y al mirarme se ha bebido su tibio llanto maternal.
¡Madre!, tales viandas, tal yantar, tal tu mismo nombre están esperando que los ayunes.
Y al verle cercana, tan mía, como la primera vez que conocí su vientre; me siento miserable!
Mi madre se sacia de sus viandas, con sus manos devora ese bocado de pena lleno de sus pesáres...
Madre, estoy feliz...
La dicha me cuelga en pleno paladar.
No tengo hambre...
¡No sólo de pan vivirá el hombre!
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John Morales Arriola