Sobrevolando las vibraciones del atardecer,
cuando se estiran las sombras cubriendo el horizonte
y llega la noche serena con su manto de estrellas,
yo suelo ascender a las cumbres de mí mismo
en busca de mi origen, el hálito de vida
que se desprendió del Gran Ser,
como un trozo de luz,
como una gota de agua,
como un pequeño soplo,
como un grano de arena,
como una porción de espíritu
resuelto a iluminar las tinieblas,
a humedecer la tierra,
a ser brisa y viento,
sostén de árboles y bosques
y en todo ello, ser invisible.