Este calor suave, extenso y sigiloso,
Me recuerda aquel intenso abrazo tuyo de ayer
en el muelle de la despedida irreal
cuando te dije con mi solemne silencio
...ése adiós que nunca se escribió,
que ninguno de los dos aceptó,
que ni tu corazón ni el mío creyó,
Mientras querías encadenarme a tu vida
Con la maestría de tu beso aquel
Que hipnotiza la esencia de todo ser.
¿Cómo logré escaparme de quien justamente
no quería escaparme?, ¡no lo sé!
¿Cómo fue posible pronunciar mi no eterno
a quién el corazón y la razón
reclaman su indispensable presencia
como el aire de su respiración?
Pues, si. Quisiera verte con mirar intenso,
Como lo hacíamos a la vera del lago,
hablarte y contarte qué ha sido de mi vida.
Compartir contigo mis tantas alegrías,
mis tristezas, mis triunfos, mis fracasos,
mis derrotas, mis esperanzas, ilusiones...
Ah, claro, ¡mis tonterías jaja!
Cuando pienso en eso.
Lágrimas susurran en mis ojos,
Te pienso y lloro en mis adentros,
Porque me encuentro ante la crueldad
de mi soledad fría y asesina
que hace patente mi orgullo
y mi ausente humildad
que no te recibió ni te abrazo
cuando te entregabas a mí
y me elegías como tu sino eterno.
Qué estupidez haber dado crédito
a sofismas y demagogias estériles
como: si amas algo, déjalo ir.
Aún más estúpido yo, lo acepto.
Porque si no te dejé ir
tampoco me quedé.
Yo mismo me condené a quedarme sin ti
y te condené a ti a quedarte sin mí.
Ante nuestros álbumes de recuerdo,
sollozo por las noches sin consuelo.
Ojalá te tuviera y poderte decir
¡En verdad, cuánto lo siento!
Sólo Dios ha llenado el gran vacío
que me dejaste en el frio dia aquel
cuando contra mi voluntad,
con mis propias manos cobardes
tuve que cerrar tus negros ojos
que un día me vieron,
y cubrir tu rostro que siempre me sonrió.
Al Dios Santo, Fuerte e Inmortal,
que ha devuelto la paz y la sonrisa
a esta alma huérfana desde que te perdí,
cuando te esfumaste de mi vida sin volver,
imploro y suplico, que a su lado en cielo,
ya te tenga colmada, y con creces,
del amor que en la tierra yo no pude darte.