Reconciliarse, reconciliarse y mil veces reconciliarse sería la única
forma de llegar a la tan ansiada paz espiritual, que buscamos con tal
frenesí que a lo mejor, en el desespero de hacer el bien, logramos el
mal y lo peor, hacer brotar lágrimas de seres llenos de luz en donde la
paz es una condición intrínseca de su ser, que nos cuesta entender,
digerir y superar.
Reconcíliate ante todo con Dios, el dispone y hace que los eventos
ocurran cuando han de ocurrir, cuantas veces miramos al cielo y con
los brazos extendidos blasfemamos culpando al creador de nuestro
caos existencial, de nuestros errores y nuestras culpas, únicamente le
damos gracias con alegría hipócrita al obtener beneficios y estar en un
confort lleno de banalidades, el tiempo de Dios es perfecto, tan
perfecto que imperturbablemente gira a su voluntad.
Reconcíliate con la vida, todos tenemos altos y bajos, momentos
terribles, malos, alegres y maravillosos, la vida es un regalo infinito, la
vida hermosa, tan hermosa que en encrucijada de almas
descarriadas nos cruza con gente única, extraordinaria e irrepetible,
que ejemplarmente no abofetea para decirnos que los problemas se
solucionán, que la vida es una sola que basta un abrazo lleno de
afecto, que basta te amo sincero para no dejar de sonreír nunca.
Y no menos importante y extremadamente imperioso, reconcíliate
contigo mismo, perdona y pide perdón de corazón, mira el alma de la
acera de enfrente y nota cuanto amor desprende para dar felicidad,
aprende de cada circunstancia, de cada instante que Dios nos otorga
para vivir a plenitud, perdónate tú mismo y deslástrate de las cargas,
de culpas pasadas y faltas cometidas, solo así, caminaras por
senderos de felicidad, solo así, amaras sin ataduras, sin condiciones,
sin tabúes.
Reflexiona y reconcíliate, acumulemos los momentos de felicidad y
disfrutemos de lo que tenemos al máximo, reconcíliate con verdad,
reconcíliate una y las veces que sean necesarias hasta alcanzar la
paz.