Puede alguien decir ¿qué podría hacerse al hombre que,
sin miramiento alguno, despedazó la rama donde
estaba el nido de los pajaritos recién nacidos?
El, temprano en la mañana, trepó una escalera y,
con el hacha de acero, descuartizó el
frondoso árbol plantado en el patio.
Con cada golpe, las indefensas criaturas se
estremecían de espanto y de angustia.
De rama en rama y de árbol en árbol la madre
apenas contemplaba su tragedia con dolor.
Un reguero de avecillas despedazadas quedó en el suelo.
Aturdidos dentro de la ramazón,
los sobrevivientes piaban sin cesar.
¿Acaso no está la vida conformada por lo grande,
lo pequeño y lo diminuto y todos con derecho a la existencia?
Nada ni nadie pudo hacer que el inclemente entrara en razón.
¿Pero cómo habría él de sentirse si alguien fuerte
y con manos crueles entrara a su casa y
la azolara por completo?
¿Dónde está la autoridad, el legislador o el
juez que pueda mediar este caso?
¿Acaso no es esto un crimen?