Creí que sería efímero, fugaz, una visita breve e inesperada. Mi garganta bloqueada, sentía como el oxígeno se convertía en deseo. Los vehículos transitaban a cámara lenta, observaba decenas de rostros y todos eran iguales.
Un taxi aparcado, el conductor reposando su codo izquierdo sobre la ventanilla, me encontraba a dos metros de él. Hacía allí encaré, en un momento pensé que no llegaría, mi desvanecimiento era en cuestión de segundos.
Abrí con dificultades la puerta del coche, el chofer giró su cuello y vio como mis manos señalaban al pecho, la asfixia me impedía cualquier intento de expresión.
Aquel señor de boina marrón, alarmado, me preguntó que me sucedía, pero yo no estaba para dar respuestas, únicamente mi objetivo era llegar al hospital más cercano con vida, temía que mis ojos se cerraran para siempre en ese vehículo.
Cinco minutos habrá durado el trayecto, un cálculo aproximado, ya que todo era irreal para mí. Llegamos al centro sanitario. 5,75 Euros, marcaba el “desconfiable” aparato de la tarifa, saqué un billete de 20 y abrí la puerta, encaré hacia el hospital, mientras el chófer me formulaba un comentario: “Espera que debo darte el cambio”, seguido de una pregunta: “¿Te espero…?”, mientras subía los escalones, con mi cabeza asentí a sus palabras.
Ingresé, y una joven enfermera se acercó hacia mí, solo pude decir con dificultades: “No puedo respirar”.
De inmediato me llevaron a una de las consultas, recuerdo que el médico que me atendió era paisano mío, un hombre desagradable, antipático, carente de vocación. Con indiferencia pidió que me tumbase en la camilla, en el momento de hacerlo noté un desbloqueo en mi garganta, a la vez que mi respiración volvía lentamente a la normalidad.
Luego de hacerme una rápida exploración, el doctor con su inconfundible tonada cordobesa, me dijo: “Bah, es ansiedad”.
Abandoné el hospital, no permanecí más de diez minutos allí dentro. Cuando salí, con mis ojos buscaba al taxista, pero se había marchado junto a mis 14,25 Euros, poco me importó, la sensación que había vivido era tan angustiante, que el dinero no tenía espacio en mi cabeza.
Regresé a mi hogar caminando, no podía dejar de darle vuelta a lo que me había ocurrido. Ya en mi casa, acudí a mi médico de cabecera: “Dr Internet”.
Ansiedad, ese día te conocí, no olvidaré jamás aquel 19 de Julio. Todo está en mi mente, todo está en mí.
Ayer quise hablar conmigo, me paré frente al espejo, me quedé estupefacto, era yo, pero no era yo, era mi rostro sonriendo, cuando en realidad me encontraba serio.
En ese momento lo señalé, mejor dicho me señalé, y apuntando al espejo con mi dedo índice, recordé las palabras de un “poeta” catalán: “Contigo empezó todo”.
Cristian D.
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