Las nubes grises se ciñen sobre la ciudad.
Lentas caen las gotas que mojan todo a su paso.
El viento se hace más fuerte en la medida que aprieta la tempestad.
Las aves detienen su canto dando paso a los truenos que se hacen presente.
Los relámpagos se subsiguen dando un toque de misterio.
La brisa mueve sin compasión los árboles que encuentra a su paso.
En silencio observo desde mi ventana la enorme potencia de la natura.
Me siento insignificante, impotente ante tanta fuerza.
Una vez pasada la tormenta, el sol vuelve a brillar con todo su esplendor.
De la tormenta solo queda el recuerdo y la vida recupera su ritmo habitual.
“Todo pasa y todo queda”, expresa Serrat en su popular canción.
“Nada te turbe, nada te espante, todo pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza”. Escribía la grande Santa Teresa de Ávila en una de sus hermosas poesías, cuyo título es: “Nada te turbe”.
La gracia de la paciencia, de la constancia, de la aceptación en nuestra vida.
No de la resignación. Siempre he estado en contra de este término. Lo he escuchado desde pequeño y me he revelado con todas mis fuerzas. Estamos llamados a aceptar las cosas en nuestra vida, no a resignarnos.
Existe una gran diferencia entre la resignación y la aceptación.
La primera gran diferencia la sentimos solo al pronunciar estas dos palabras.
Resignación evoca: tristeza, impotencia, sufrimiento, desesperación, sentirse vencido e impotente. Lamentar lo perdido o lo que no hemos logrado. Desear que hubiese sido de otra manera. Esperar la revancha. Fantasear que las cosas cambien o sean diferentes. Resignarse porque no te queda otro camino, te mantiene en el mismo camino, no ves salidas posibles.
Aceptación evoca: paciencia, reflexión, silencio, esperanza. Reconocer que lo que ha ocurrido, ha ocurrido. Hiciste lo mejor que pudiste y no pudo ser. Ya está no hay que darle más vueltas, las cosas son así. Al aceptar una situación, el mundo se abre a nuevos caminos. Se comienza a entender lo que ocurrió. El dolor existe, pero nuestra reacción a él no tiene que ser automática.
Cuando me resigno pienso que la vida está contra mí y creo resistencia a los hechos que son contrarios a mis propósitos. La consecuencia es que sufro el doble. Es como darse de bruces contra la pared, caes, te levantas y vuelves a golpearte.
Cuando acepto lo que ocurre, que escapa a mis fuerzas, que no puedo controlar, fluyo con la vida y aprendo de la situación, por dura y difícil que sea.
Aceptación es asumir que la realidad es la que es. No quiere decir que nos guste o estemos de acuerdo con ello. Vivir el presente, sin renunciar, ni anclarse en el pasado, recuperando la ilusión por el futuro. La aceptación sana, la resignación hiere y enferma.
Ante mi vida, ante las situaciones varias que vivo quiero aceptar, no resignarme.
A quienes amamos, queremos y están sufriendo por cualquier situación o pérdida sugiramos, con nuestra presencia, con nuestro abrazo sincero, con nuestro apretón de manos, con nuestras palabras, que acepten, no que se resignen, si realmente los queremos.