La cosecha de papas es la faena
que con ansias espera el labrador
es su anhelo, deseo y su ilusión
es recompensa justa a su tarea.
Con la alforja rayada y su lampilla
se dirige a la chacra que es su mundo,
sortea pircas en su camino abrupto
con sus hojotas que son sus fieles guías.
Atravesando zanjas, vericuetos,
trepa la cuesta raudo y decidido,
va caminando con el pecho erguido,
con su ponchito al hombro y su sombrero.
Una calandria vuela apurada,
una fragancia inunda al paraje,
y la neblina blanca baja al valle,
como copos de lana agigantada.
Arriba en lo alto de la loma,
está la chacra de papas ya madura,
ya dio paso a la saca la madre luna,
ya se siente en el campo el aroma.
Los mingueros de cada lampillazo
desgarran para sacar del vientre
de la madre tierra que celosa tiene
escondidos los frutos en su regazo.
Aunque el rescoldo en las espaldas arde,
en el surco humedecido quedan
multicolores frutos de la fresca tierra
que saludan al sol su dios, su padre.
Las arañas y grillos despavoridos,
corren rebuscando nuevo suelo,
y la arisca perdiz levanta el vuelo
dejando a los polluelos en su nido
Las muchachas recogen con esmero,
en las alforjas y cargan a la parva,
donde el montón de papas se levanta
cual pirámide o cual pequeño cerro.
Los pollinos están bastante inquietos,
atados de un estaca en un recodo,
esperando cargar sobre su lomo
esos costales de lana bien repletos.
Abajo en una esquina las cocineras,
aderezando van el chiclayo verde
en las ollas de barro las papas hierven
que se holocaustan al fuego de la leña.
El sol ya se escondió en la cordillera
los mingueros recogen ya sus cuiras,
es el pago a su labor del día
y ya cargan sus alforjas llenas
Sólo queda el perrito fiel que escarba,
cual celoso guardián y leal amigo,
tiene que soportar el penetrante frio
aullando su dolor junto al aparva.