Los huesos de los ahogados
En el rufián celaje de minúscula esperanza éranse fantasmas
emergidos de olas broncas, con afán viril golpeábanse las testas,
del delirio en celo acudían de los mares
¡Oh, los mares!
como el ácido licor del tormento bebían
¡Brindaban!
con el estertor de los ahogados
¡los marineros…!
¡Qué macábra escena las tormentas crueles!
¡Monstruosidades que a Dios espantáronle los ojos!
¡Si a pique la barca era infierno,
y a Belcebú maldícenles las almas ¡ya proponen vivas!
por la pulcra y homicida suerte
¡Los fantasmas de las aguas…!
Tal vez la gaviota de palmeados pies
supo de suertes, supo de muerte, en la desdicha sin fin
de los frustrados lobos de mar y, a la costa viró su vuelo
y se fue al olvido ¡ay! ¡al olvido los malditos de las aguas,
que ya nadie socorrió sus gritos!
Y en estos, los horrores de la muerte, con gran desdén
¡oh! en el fracaso de la empresa
¡Dieron hurras de pavor los fantasmas de la mar...!
Mientras con infernal mueca, con forma de espanto y pináculos negros,
la parca elevaba triunfal
¡los huesos de los ahogados!
En el arpeo de lo insulso, varadas sus naves
en el mecedor de sus pálidos ópticos ¡Cubiertos de espanto!
huyeron al fondo del mar ¡los ahogados y sus huesos….!
En el despertar de los silencios ¡oh! noche de tragedias,
solo el silbido frío, macabro, infernal, del viento de la noche,
acompañó como un gran consorte al navío fúnebre de la muerte,
y en esta noche de espantos y tragedias, viudas y amantes
¡Oraban sin cesar en los puertos!
¡Oraban en las neblinas escoltadas por llantos,
hacía el puerto sus agónicas esperanzas,
hacía la gaviota de palmeados pies,
hacía las playas negras que sus penas sumergían
en el oleaje de la tristeza infinita del mar…!
Tal vez las heridas, madre, en las apenadas barcarolas
una poesía triste nos recitara el fin, paliativos que se vistan
de tristes golondrinas después de las tronadas,
que los fracturados en mortal fuga en los arrecifes olvidaren
sus redes de cáñamo, sus sueños que abrazaron las estelas
hacia las estrellas, sus besos que amaron los meandros
del mar, de la libertad en las inflorescencias del sol
¡Esos actores que subían y bajaban los grotescos brazos!
¡Rasgando los aires en manotazos insulsos!
Tal vez sea el lenitivo de una sinfonía gentil
que nos haga olvidar a los fantasmas que yacen
en el fondo del mar…
Autor: Santos Castro Checa
Mallares – Perú
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