Bala de plata, puñal de oro, blanco sobre quemado
y ruptura en los besos que no pudieron ser vistos.
Silla con astas de hogar en medio de la nada,
morada que insiste en ser ímpetu de imágenes;
y yo que creo que ya nadie cree en el ojo sempiterno
que brama: Dulzor de crepúsculo nutritivo!
Bala que cae al suelo, puñal licuado en el pecho,
negro en tus ojos negros…
Besos que son cuchillas de afeitar,
con gusto a gelatina barata, a agua marina coagulada,
a pez terráqueo con siete patas, a pavor que te despierta
con un estacazo brusco y habitual
en la cabeza y en los labios.