Cuando te vi colgada de mi tejado todo fue claro.
¿Cómo no haberlo pensado antes?
Era muy evidente, te gustaba lo mismo que a mí,
quizá por eso tienes alma de gato.
El ceño fruncí y ofusque mi rabia,
no quería decirte que bajarás de ahí,
te veías perfecta, cual el sol primaveral a las 4:30.
Era incorrecto arruinar tan grato momento.
-Eres un gato también, por qué no vienes acá, acaso eres cobarde-
dijo mirándome con su alma en la mano y un maullido atorado en la garganta,
no sabía que responderle, de verdad, nunca antes alguien se había fijado en que era,
básicamente sospeche que con aquel beso me robó lo supo todo.
-Un gato no puede amar a un humano, un gato ama a otro gato-
musitó ya con mucha impaciencia en sus grandes y azules ojos.
Una vez más no supe responder, solo me quite mi suéter y me senté en el prado,
hizo lo único que podía hacer en ese instante, observar y observar como contoneaba la cola.
La cólera tomó sus ojos y de un mordisco me hizo cambiar,
apareció mi negro pelaje y dos avellanas se convirtieron en mis ojos.
- ¿Feliz ya estás?- cuestioné con cólera pero amor en el fondo de mi alma.
Ella solo echó a llorar, no pude hacer más que bailar la tonta canción.
De a poco su cola se contoneó una vez más y su sonrisa brillo una vez más.
-¿Acaso no dijiste tu que un gato debe amar a otro gato?- Dije con mirada quita.
Evitó en todo momento mirarme; desesperado por eso le bese en el tejado,
ahí mismo donde yo descubrí mi alma y ella descubrió la mía.
-Los humanos jamás entenderán el amor- dijo con seguridad.
No puede hacer nada más de nuevo, ella me besó,
en ocasiones creo que los gatos hacemos lo que debemos hacer,
eso es claro, más que claro, es imperativo.
Comimos ricos pasteles el resto de la tarde,
esos mismo que nos daba la señora rechoncha solo por ronronearle,
nos perseguimos las colas y nos reímos sin parar,
- los humanos no saben amar, los gatos si, quédate así por siempre- sentenció,
y así fue, gato por ella, gato por el amor.
Sérdna Gómez el poeta con gafas