Cuentan que en un viejo pueblo a las afueras de una ciudad vivía una niña llamada Enilda. Cerca de su casa había una inmensa cantera de donde los pobladores extraían inmensas piedras para llevarlas a la ciudad y hacer uso de ellas de distintas maneras.
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Mamá ¿porqué las piedras son tan rudas? preguntó ella su madre
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¡Las piedras son fragmentos de materia mineral, por eso son muy duras! respondió su mami muy amorosa
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Mamá ¿las piedras son duras por dentro y por fuera? Volvió a preguntar Enilda
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Sí hija, las piedras son duras por todas partes
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Mamá ¿las piedras son hermosas? Preguntó Enilda, esta vez con aires de curiosidad
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Bueno hija, en realidad su belleza depende de la persona que las mire. Una piedra puede ser un arma que te defienda de tus enemigos y aunque no sea tan hermosa, la verás hermosa. Una piedra puede servir de apoyo para soportar algún peso, en este caso su valiosa utilidad te hará verla bella.
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Mamá ¿qué podemos hacer si queremos que las piedras se vean siempre hermosas?, preguntó Enilda como para dar por terminada la conversación con su madre.
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Hija, en verdad no sé cómo podría hacerse. Te cuento que cuando niña escuché decir que había un hada de las piedras. Si algún día la ves, hazle la pregunta y tal vez ella pueda darte una mejor respuesta, contestó su mamá y se retiró a la cocina a seguir sus labores domésticas.
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Enilda se quedó pensativa, imaginando cómo sería aquella hada y dónde podría conseguirla para hacerle la pregunta de cómo hacer para que las piedras se vean siempre hermosas.
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Cada tarde la niña salía al jardín y buscaba entre los matorrales donde había piedras a ver si encontraba al hada cerca de ellas. Después de largas horas de búsqueda, Enilda regresaba a su casa para volver al día siguiente con la esperanza de verla.
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Una mañana Enilda pensó que el lugar donde había más piedras era en la cantera y seguramente allá debería estar el hada que tanto buscaba. Y así fue, apenas llegó a la cantera, allí sentadita justo sobre una piedra, estaba el hada. Lucía un vestido color arena y unos zapatos brillantes de color anaranjado, además de una hermosa sonrisa.
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¿Tú eres el hada de las piedras? Preguntó Enilda
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Sí, yo soy, contestó el hada
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Quiero hacerte una pregunta a ti que sabes tanto de piedras ¿podrías decirme cómo hacer para que las piedras se vean siempre hermosas?
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Para responderte esa pregunta debes darme el nombre de una persona que viva en el pueblo y que sea muy trabajadora, dijo el hada
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¡Mi papá, mi papá! Respondió Enilda rápidamente
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El hada de las piedras sacó su varita mágica, apuntó con ella en dirección al pueblo y un destello brillante como polvo de estrellas salió por el aire en dirección a la casa del papá de Enilda.
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Cuando llegó a su casa en horas de la tarde encontró en el frente una hermosa escultura hecha de piedra que representaba un águila con las alas abiertas y le pareció tan hermosa esa obra de arte esculpida en piedra que hasta parecía real. Lo más curioso de aquello es que todo el que pasaba se detenía a mirarla y a comentar su belleza.
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Al entrar a su casa, Enilda vio muchas esculturas, todas hermosas por cierto. Cada una representaba curiosas formas de animales salvajes, del sol, la luna, libros y hasta rostro de personas interesantes.
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Al día siguiente Enilda fue de nuevo a la cantera a dar las gracias al hada de las piedras quien la recibió de nuevo muy sonriente.
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¿Cómo has hecho que las piedras se vean hermosas?
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El hada respondió: “Le envié mis poderes a las manos de la persona que me indicaste y le di dotes de artista para que esculpiera las piedras convirtiendo su aspecto duro y sin forma en una hermosa escultura que lucirá su belleza a todo aquel que la contemple”.
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Y así desde aquel día comenzaron a existir hermosas esculturas de piedras dándole belleza a las duras rocas por obra mágica del hada de las piedras que quiso complacer a una curiosa niña llamada Enilda.
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Autor: Alejandro J. Díaz Valero
Maracaibo Venezuela