Con labios resecos, la mirada marchita y
las manos callosas, entra el triste obrero
de mi pueblo por la destartalada puerta de su casa.
Detrás, en el corazón del suburbio,
quedó el sudor, los temores, la agonía y la desesperanza.
Maquinas mortíferas, hierros salvajes,
mazos fulminantes, acero de dolores,
piedras de amolar cuarteadas,
bodegueros de latas vacías en tiempos azarosos,
contra ustedes se eleva la voz.
Tú, obrero de mi alma,
hombre descuajado por las moliendas,
que transita trémulo entre muladares y
calles oscuras, de polvo y de humo,
no deje que muera la esperanza en el rancho podrido,
aprisiónala en los ojos de tus hijos y
en el rostro lánguido de tu mujer.
Dale a la rueca, a la manivela, al azadón y
al tambor una palabra fortalecida,
construida en el taller de la gloria y
en las voces de los héroes de los inviernos pasados.
Deja que la pálida ropa de los hambrientos
cante contigo en los arrabales de la desdicha y
que retumbe con el dolor de una puerta sin aceite.
Traed hasta mí tu llanto,
déjame sentirlo y tocarlo con mi báculo de
pastor de almacenes.
No dejéis que la flor de la niña se marchite en
las noches descobijadas de abejas y de mieles.
Ven y ronca en mi piel con la fuerza
del trueno y del relámpago.
Apagad los dardos del infortunio en el
corazón de la melancolía.
Poned sobre mis hombros los
temblores de las madrugadas.
Yo ordenaré a los ojos de la sombra siniestra
que liberen tus sueños marchitos y apagados.
No dejéis que las manos de gavilla y
rapiña se coman tu carne,
tu vida, tu mañana, tu futuro.
Pon a correr tu voz por los senderos de América y
encadénate en la fuerza de la palabra y
en el lamento de un poeta.
Obrero de mi pueblo, semilla, pan,
rueda, molino, abrigo, casa, medicina y
alegría de nuestros amores,
no permìta que te aniquilen, que te marchiten,
que te rompan, que te despedacen,
que tuerzan tus huesos y que se traguen tu sangre.
¡Levántate con pecho de guerrero!
Santo Domingo,
Junio del 2016