He podido prenderme en penumbra contigo
donde a ciegas tallamos nuestras formas con besos
y en cada contracción y gemido indiscreto
confundimos la vida con furtivo delirio.
Nuestros poros latían desde el pie hasta el beso,
desde la sien ardiente hasta tus labios íntimos
y cargados los átomos de un deseo irrestricto
contagiaron al aire que abrigó nuestro encuentro.
No existía más mundo que tu cuerpo desnudo,
mis manos eran órbitas, tu sexo magnetismo;
enlazados, vibrantes, ya casi un cuerpo mismo
caímos en el centro de un edén oscuro.
Por momentos yo quise desfallecer adentro
en tanto tú agitabas tus praderas fragosas
con vaivenes frenéticos, con ardores de Diosa
que busca dominar su palacio y su cetro.
Por momentos mi cuerpo ascendió con vehemencia
y domeñó a tu mundo, conquistó cada forma
de tu reino erizado que unos senos coronan
y tú - Diosa- pedías más luz para esta escena.
Ya no pude más perderme tu paisaje:
tus alturas eréctiles, tus caderas volubles,
a mitad del ascenso encendimos las luces
delatoras de todo frenesí delirante.
La luz inundó tus prodigios perfectos
y desveló el carmín que en rocío caía
sobre puntos sensibles de tu piel recorrida
por mis manos y besos, por mi trono y mi cetro.
He podido prenderme yo fundido contigo
cuando tu alma y talle, hospitalarios, pulcros
acogieron mi flama de pasional efluvio.
Fue tu cóncavo sexo ¡ah, qué ardoroso nido!