Un verano en la mañana caminaba ella
por las arenas del mar.
De pronto, el olor de su piel inquietó a las olas.
Olvidando los barcos, los navíos,
los piratas y pesqueros,
en tropel llegaron arañando
en desesperación la
espalda de las aguas y
vestidas de blanco y azul.
Acompañadas de gaviotas
tocaron arpas y compusieron versos.
También asistieron estrellitas amarillas,
un caracol, musgos profundos y
un alegre y delicado caballito de plata.
Fulminadas por la pasión,
se enredaron en sus pies,
en sus muslos de marfil,
en el ombligo de taza,
en el vasto pecho y
en el pelo de medusa.
Y cuando se marcharon,
en sus labios ondulados dejaron el
recuerdo de la sal de sus amores y
corazones alborotados sobre la
celosa arena mojada.