Viejita… ¿Nunca te he dicho que tus cabellos
forman un caracol plateado en tu cabeza?
¡Que admiro tu fuerza y tu grandeza!,
y tu ojos nunca han dejado de darme destellos
Que me gusta sentir cerca de mí tu olor a talco,
y acariciar tu brazo, con su singular textura,
dormir descansando mi cabeza en tu regazo
escuchando tus historias del pueblo y del abuelo
de tus años de abundancia y la labranza.
Que cuando tenga tus años…
quiero como tu bailar,
con los nietos cantar y brindar
saber todas la mañas para hacerme escuchar
y que todos hagan mi santa voluntad.
Que agradezco los rezos y oraciones
que haces a Dios en mi nombre,
porque yo tan solo en ocasiones le escribo,
y la mayoría de las veces no mando el sobre.
Que no he conocido a nadie
que de pasos tan seguros como los tuyos
tan solo guiados por tus ganas de hacer y de vivir
de seguir siendo útil y producir.
Que a veces quisiera un corazón como el vuestro,
capaz de resistir de amores llegadas y partidas,
de parir y sepultar sin quedarse de rodillas
y pese a todo seguir rezando el padre nuestro.
Que es una maravilla que tu dolor
no convertiste en amargura,
que la oscuridad no logró hacerte su presa
porque aún en viviendo en las sombras,
es la alegría y el amor lo que en ti perdura.
Que verte llorar me oprime el alma,
por eso disfrazo de regaño mi angustia,
porque no tengo remedio para darte calma,
y tus ojitos cuando lloran vuelven triste tu cara.
Que por momentos siento que mi presencia
te trae duros recuerdos,
y te duele la soledad y silencio
que supones mi hermano y yo vivimos…
sin imaginar que en tu rostro
a veces la encuentro a ella también,
y cuando menos lo espero en una frase
un gesto o ademán de tu parte
ella también a mi me saluda.
Que a veces quisiera ser contigo más cariñosa,
pero en el momento me cierro, y me vuelvo tosca.
Y sin que te des cuenta te contemplo en tu cama dormida
te doy un abrazo a lo lejos, y te digo que te quiero
pero las palabras aún no hayan por mi boca la salida.