Cuanta fuerza posee la cobardía que podríamos vivir esclavos,
atados por toda eternidad;
sin valor para revelarnos,
sin iniciativa para defendernos;
Pasivos, resignados y silentes...
Cautivos de una irrealidad maldita
que la libertad del conformismo miserable
convierte en realidad.
Donde el poder del miedo a una vida veraz
hace inútil y decadente a la existencia
y frágil al espíritu, trasformando al sufrimiento de la muerte
en un descanso sereno y abismal
que como una luz inverosímil en la oscuridad
marca con un puñal escarlata
el fracaso de una humanidad mediocre
que suplica en un grito desesperado de agónico abandono
la presencia del heroísmo del alma, de la dignidad, del juicio, de la osadía
y el despertar de la desición, de la justicia, de la valentía del sacrificio, del amor divino y de la piedad…