Una rosa estaba tronchada.
Sucia, doblada, ablandada.
Sus puntas ya ni pinchaban.
Al viento acompañaba.
Ni las gotas de rocío en ella se postraban.
Pero sus labios eran rojos.
Del prado, la más colorada.
El sol la brillaba.
Los pájaros la piaban.
Fue hasta objeto de declaro
para una joven amada.