Mi primer delirio para conmigo
fue desconocer cuanto siento
por ser presa de sus sentidos.
El segundo de mis tropiezos,
un jarro de agua fría
que virtió con desprecio el destino.
Del tercero nada recuerdo,
mas sé que precediendo al cuarto hay alguno.
De la Alhambra y sus jardines
viene el quinto de la mano
y el sexto, en Pedro Antonio
parece tener un rinconcito.
El séptimo fueron siete,
siete palabras que nunca decía,
siete espadas que clavó sin tregua
a este corazón humilde, en sus orillas.
La octava, nuevo cambio,
nueva riña,
volver a ver el fuego
asomarle prudente por la boquita
y esos ojos negros que decían
se va acercando la novena.
Diez fueron,
diez caídas,
diez veces sufriendo la misma herida.
La décima me abrió los ojos,
y ese fue
el último de mis delirios con ella.