Despuntaba el canto del mirlo
mientras yo me hallaba preso
de tus sonrosados labios,
era la brisa marina,
viajera tierra adentro,
la que aliviaba el sopor
de una noche de torso desnudo
y tú seguías ahí, enmudecida,
apretando tu mano contra la mía.
Charles Chaplin miraba
por el ojo de la cerradura,
de repente un martilleo
-sonido de latón concentrado
en una esfera –
me deja tragando moscas
y oliendo a pelo de gato.
¿Dónde estoy?
¿Soy aquel o éste?.
¿Tengo que pisar tierra firme
o continuar navegando
por recónditos océanos?.
¿Porqué a las sieteimedia
he de contar sobres descafeinados
hoy que ejerzo de
Peter Pam y no de Capitán Garfio?
Con mi mano, la apretada,
palpo el borde de mis labios
-sabor a corcho -,
luces y sombras se pelean
por el dominio de la estancia.