Polo Piceer

Tierra de Panteón

Esta noche habrá luna llena en el festín de carne
cruda bajo la tierra; por un tropel de palomillas ebrias
habremos de ser invitados a develar el misterio del vacío.


Seremos bienvenidos a la cena y bailaremos con
los muertos bajo una lluvia perenne de cenizas, aunque
esta vez, querida mía —o de nadie—, mi cuerpo no será
el motivo.


Alcánzame en el palacio, pues, toda vestida de
blanco, con la mirada clavada en el augurio de la sortija
y de su agonía redonda impregnada;
trae el velo derretido cual tu rostro enorme de cera.
Firmaremos juntos la sentencia, amada mía, y cazaremos
males mancomunados:
tú a las ciénagas y yo a manzanas agusanadas;
nos echaremos por tierra, sí, para encarroñarnos y
dejarnos carcomer por las larvas.


Lleva un bello ramillete entre tus manos; no
habrá ternura más colorida que su perfume deshojado y
ultrajado por el decaimiento crónico de un catre umbrío.


Y llora tus pasos, entonces, pues no serán los
míos, porque `para siempre´ es demasiado y demasiado
es nulidad en el deseo infecto: lo dice la fragilidad de mis
huesos.

Y grita, grita todos tus votos a la nada que
te escucha sin escuchar, querida mía y de la nada.


Mas abre bien la boca y estira a placer tu lengua
cuando alces a la maldición tus plegarias y brames al
cielo por la clemencia que mi ceremonia no te dio, te lo
imploro, corazón, pues esta misma noche nos habrán de
servir de su gran savia: beberemos sangre con piquete y
comeremos tierra de panteón, para siempre,
si lo prefieres, amada de la
tierra.


Todos visten caras largas
y disfraces negros, saben
que habremos de morir…
que a la noche habrá
banquete de relojes, pan
pálido de muerto, epitafios
en el menú de insectos
y manteles largos como
sudarios bajo una radiante
luna llena, pero no, querida
mía o de nadie, no habrá
luna de miel.