Gregorio Samsa nunca engañó
a la sociedad donde vivió;
aunque existió en calamidad,
pudo subsistir hasta la saciedad.
Los atropellos y descalabros
mermaron la fuerza de su voluntad
y apolillaron su ser e identidad.
Cierta noche comenzó su mutación,
con inquietud y excitación.
En su márfega se entregó,
y su alba no lo pudo evitar,
cuando en insecto se transformó.
En su diaria rutina
despertaba temprano
y a su trabajo acudía,
comiendo mal,
cumpliendo su deber.
Casa, ferrocarril y trabajo.
Trabajo, ferrocarril y casa.
Un, dos, tres.
Tres, dos, uno.
La monotonía de todos los días,
su existencia vital carcomida.
Y al sentirse animal, entendió
que sin ser insecto,
había sido zoo,
que lo inhumano
su ser exterminó,
que la crueldad lo erosionó,
que la familia lo enajenó
y su red laboral lo explotó,
pero nunca jamás traicionó,
aunque su identidad perdió.
Con su nueva investidura
el Sr. Escarabajo desvalido,
sin atuendos ni prendas,
entendía mejor al que veía,
sus mentiras e hipocresías.
Todos se burlaban y reían.
Al final, ya con una herida,
una manzana lanzada
lesionó su frágil fisiología,
y no pudo evitar su agonía
hasta que por fin fenecía.
Antes, Gregorio Samsa,
era un inteligente animal,
luego, un insecto inmortal,
su consciencia histórica,
pudo al mundo demostrar
que su vivencia puede pasar
en la vida de cualquier mortal.
La verdad es que Samsa
con su carcaza de gloria
enalteció su propia historia,
su especificidad notoria.
Epilogo
Kafka define con firmeza,
el criptograma de su vivencia,
colmada de trascendencia,
caracterizando su crudeza,
su dependencia
de un menú, de una receta,
en su existencia.