Permaneció demasiado tiempo
en ese rincón olvidado,
humillada y desahuciada,
acompañada por el miedo,
quien se había convertido
en su único y fiel compañero
entre aquellas cuatro paredes.
Rodeada de ojos que no ven,
oídos sordos y palabras mudas,
testigos ciegos vendidos
a una atroz injusticia y negra maldad,
llegando a creer en su debilidad,
en su no saber hacer, en su incompetencia.
Angustiada y asustada
permanecía abrazada a su fiel compañero,
a la espera del siguiente envite
que se les antojase,
ese que la destrozaría nuevamente,
ese golpe inevitable y certero
que la haría añicos injustamente,
y una vez más
el miedo la haría mal recomponerse
para la siguiente cornada,
esa que la llevaría a la muerte.