La codicia armada de sables y fusiles
se extendió en fortines por tierras sureñas
hollando el paisaje de verdor bravío,
allá donde el indio, levanto su nido.
Aves carroñeras sobre los despojos,
quebrando la tierra, sembrando el olvido
desde las montañas, hasta el ancho río.
¡ Pobre pueblo mío, cobrizo y querido!
Con flores de cardo brotando en tu pecho,
la ambición del blanco te segó el destino,
y hoy en el desierto que tiembla de frío
te reclama el viento que silva en los pinos.