Señora, con el sonido del silencio
quiero hablar con usted.
Quiero decirle que en el corazón
sufro su desamparo y soledad.
Las noches llevan hasta mi el dolor de
sus lágrimas, de su angustia y el olor
de su piel huérfana de ternura.
La he vigilado cuando busca aliento entre
versos, en la canción olvidada,
en retratos pálidos y en el olor de las begonias
del corredor semioscuro.
Soy esa luz tenue que se filtra por la ventana y
que cae en el centro ancho de su túnica de seda.
Mientras suspira ante el pasado y las heridas,
la anhelo, la sueño y me pierdo en
la penumbra de sus ojos húmedos.
Ábrame la puerta y permítame componer
las brasas apagadas, rocíar los claveles marchitos,
alimentar el canario, traerle el pan del horno,
limpiar el césped, preparar su té favorito y
enjugarle el alma adolorida.
Quiero cuidarla y amarla con este eterno
amor recóndito.