Desde el vientre de la nevada montaña
nace radiante aquel río.
Corre muy a prisa
y con la curiosidad de un niño
va visitando valles y poblados,
saludando a campos y ciudades.
Va bañando los pies de los montes,
quienes le agradecen su fecundidad.
El río avanza y siente que ha crecido,
cada paso recorrido le ha dado madurez,
ahora circula con más calma,
se detiene a observar paisajes,
a contemplar desde la distancia a su blanca madre que le dio la vida.
Ya ha pasado tiempo
y el río sabe que se acerca su fin,
puede oír el sonido característico del mar,
mira hacia atrás,
ve todo el camino recorrido
y sabe que su transitar a dejado huella,
una ruta que será seguida por quien lo suceda.
Se prepara para entregarse al océano,
sabe que para él no es un final,
sino el comienzo de algo inmenso,
de algo eterno.