Adoré esa mujer sin duda alguna
y se fue sin dejarme explicaciones,
a mis noches dejó sin luz de luna
y cubrió con oscuros nubarrones,
en su piel tan sedosa y tan moruna
yo grabé con mis besos ilusiones.
Me dijeron que tiempo todo cura,
y que borra del alma fieros daños,
que la herida, con calma la satura,
pero miro que pasan tantos años;
mas el alma cubierta de amargura
no ha logrado curar los desengaños
No te vayas, doliente le decía,
aun nos brillan estrellas en la vida,
la esperanza perdura todavía
y su tea refulge bien prendida,
para dar del amor la melodía
que por siempre estuviera bien florida.
El latido que escuchas en mi pecho
son las alas del sueño que destrozas,
y que sienten las penas al acecho
pues conviertes en cardo bellas rosas,
y me dejas destino tan estrecho
todo lleno de sendas arcillosas.
Si nos soplan los vientos borrascosos
esperemos se vuelvan apacibles,
si parecen tan duros y furiosos,
con caricias de céfiros sensibles
los tornamos en tiernos y amorosos,
y seremos unidos, invencibles.
Mira el sauce cargado de tristeza
pues lo mata pensar en tu partida;
no te vayas, existe la belleza
de los besos que vienen sin medida,
bien podemos mirar la gran pureza
de la dulce caricia enternecida.
Persevera, decía suplicante,
nunca dejes se apague nuestra flama,
y recuerda, juraste muy constante
que en tus venas había un epigrama,
que llevaba mi nombre muy brillante,
mas ahora lo vuelves negro drama.
Tanto tiempo en mi vida transcurrido
y aun lastima su ausencia que tortura,
ni pasiones candentes han servido
pues su rostro en mi mente aún perdura,
pues mi amor se lo di tan desmedido
que por siempre en el alma me fulgura!
Autor: Aníbal Rodríguez.