No hay día sin que en ella piense.
Fue, es y seguirá siendo la gran ilusión.
A pesar de la distancia y del tiempo,
perdura en la memoria y en mi pecho.
Pasábamos horas conversando,
jugando a cualquier cosa y esperando las noches
para despedirnos y los amaneceres
para encontrarnos.
En todo eso, solo un beso
ocurriò una tarde lluviosa.
Pero me acuso de estúpido y
me resisto a mi propio perdón.
Fue rápido, impulsivo e
impensable.
Debí hacerlo despacio, calmado y
estaciado en el olor de su piel.
Solo recordar el roce de las narices,
sus ojos cándidos y el sabor fugaz de su boca
aun me crispa la piel.
Estaba quieta, reposada, profundamente
silenciosa y entregada como hoja al viento.
Por no estar con ella,
culpo a los astros, al destino y al mundo.
No hay duda de que somos el uno para el otro.
La química es certera, perfecta y acoplada.
Se desgarra mi alma al ver que sus hijos
no son mis hijos y que mis hijos no sus hijos.
Imposible ha sido superar el ardor
de estos celos cuando pienso en los brazos
que cobijan sus sueños.
El consuelo y esperanza están en el portal
del mas allá, pues
allí la esperaré fiel e incansable.
Entonces, desnuda, libre del atavío de esta pérfida vida,
la amaré con todas mis ansias atrasadas.