“ut veniant ad me pueri, permittite semper…”
(Marcos 10, 15)
Detrás de mí, como una sombra, los duendecillos pegados a un libro me los vas mostrando con tu índice mientras yo, niño, silabeando los descifro. Escuchas tú la cantinela de los números, oída cien mil veces mil la melodía, mas siempre distinta en diferentes voces. ¡Tú, maestro, con la voz enroquecida! Eres escultor de frágiles almas que tímidamente se acercan a tu lado, como ángel de la guarda protector feliz las recibes año tras año. Anteojos en la cara, pelo ya cano, arrugas en la frente, sonrisa en tu mirada, ¡no te derrumbes!¡vuelve otra vez mañana! ¡convierte mis sílabas en férreas palabras!