A veces llego a casa con el cuerpo cansado, y arrastrando el alma,
Furioso por las injusticias, asqueado por la crueldad de la vida.
Deseoso por desahogar mi rabia, por gritar blasfemias,
Pues el dolor de mi alma es por la triste condena ajena.
Veo mucho dolor y lágrimas en mi vida cotidiana,
Siento frustración al no poder calmar la sed de justicia que un alma clama,
Mi corazón se desgarra con el sufrimiento del extraño,
Que acude a mi, pidiendo un consejo o que le ayude con algo.
Muero cada día con cada persona que padece el sufrimiento,
Por ver partir a sus seres queridos, por perder sus sueños.
Siento impotencia al no poder volver la luz a un ciego,
Que no acudió a tiempo, para poderle evitar ésto.
Me derrumbo con frecuencia, y un llanto ahoga mi desconsuelo,
Y siento que ya no puedo más, que el mundo es un infierno.
Para qué seguir luchando, si todo el mundo está sordo y ciego,
ante las injusticias, el maltrato a los demás, y el sufrimiento ajeno?
Más una suave voz, dulce y hermosa, me despierta de este cruel sueño,
Y unas tiernas manitas acarician mi rostro y acomodan mi pelo.
\"Te quiero mucho, papi\" Me dices, mientras te abrazas a mi pecho,
Y mi corazón y mi alma se alegran y son felices de nuevo...
Eres mi mejor medicina, mi pequeña niña, eres mi panacea,
Seguiré luchando día a día, por tener tus palabras bellas.
Por tener tus abrazos, tus besos y tus caricias tiernas,
Que me curen de todo dolor y que consuelen mis penas...