He guardado mis miedos en un frasco de alcaparras
están escondidos en el fondo de una vieja alacena.
Algunos son tan antiguos, que ya los había olvidado,
la mayor parte de mi colección, los acumule siendo
un niño, entonces mis miedos se pintaban de azul,
del color de mi tristeza y de mis lágrimas.
Esta fue una buena época para guardar mis miedos,
cuando empezaban a escasear, mi papá me regalaba
alguno nuevo, él sabía cuál faltaba en mi colección.
Su voz tronante y su figura de hierro casi llenaron
mi frasco, pero siempre quedaba espacio para otro.
Los miedos de mi niñez, han sido los más fáciles
de gastar, por eso, aun cuando se fueron acumulando
por un tiempo, el olvido hizo que dejara espacio
a los que fueron llegando después.
Cuando la mocedad llegó, los colores cambiaron,
en este período la variedad de colores era tan grande
que apretujados los unos con los otros parecían frutas
maduras, como en los frascos de almíbar de la abuela.
Los miedos a las noches oscuras se habían ido ya,
fueron reemplazados por otros de color naranja
llenos de celos ardientes, de cobardía que dejaba
escapar tus besos por no exigirlos y desconfianza
de pensar que no me amabas.
Los miedos grises por temor al fracaso, se hicieron
espacio y se asentaron cómodamente entre todos
los demás, estos han sido los más difíciles de sacar
de mi frasco, se han filtrado hasta el fondo, donde
no siempre los puedo alcanzar.
Entre todos, uno de color marrón se filtró, se quedó ahí,
al alcance de la mano, a la vista de mis ojos,
pero la falta de voluntad, por eso tiene un color tan poco
llamativo, tan mediocre y anodino, sin embargo a veces
prevalece y se reafirma y se queda para hacernos
compañía durante toda nuestra vida.
He acumulado algunos de color rojo, son quemantes,
ardientes de odio y de pasiones primitivas que se han
ido con el tiempo y ahora yacen dormidos, se han unido
para hacerle compañía a un par de miedos color púrpura,
que tiranos en su momento, hicieron mucho daño.
Se encuentran muy pocos de color verde, porque nunca
he sido proclive a la envidia, confieso si, con cierta pena
que hay amarillos son miedos del desgano, del mal humor,
estos son los miedos más engañosos, y con ellos,
contaminamos todas las cosas bellas, los momentos felices,
los recuerdos radiantes, y solo nos queda el antídoto
de las sonrisas que guardamos en los bolsillos para poder
utilizarlas como moneda de cambio en tiempos difíciles.
Hoy solo me queda el miedo negro de la muerte, pero
no de mi muerte temprana o tardía, me queda
el miedo terrible de dejar de verte, de que te marches
primero y yo me quede aquí, perdido, entre el color
de los miedos que se fueron acumulando, y que tengo
escondidos en el fondo de una vieja alacena.
Miedo de que no cumplas tu palabra y me ayudes
ha deshacerme de cada uno ellos, a perder el amor
que nos une, aguardar hasta que mi frasco quede vacío,
como cuando estaba en el vientre de la mujer
que me esperaba, para regalarme sus besos y caricias
y llenar mi vida no miedos, sino de infinitas alegrías.