La misma copa con amor bebimos,
el mismo lecho nos sirvió de nido,
pero el dolor que deja bien herido
ese ninguno de los dos sentimos.
La misma miel que nos brindó la abeja,
con gran ternura, su sabor libamos,
pero ninguno de los dos probamos
aquella bilis que amargura deja.
Igual que aurora con fulgor divino
llenos de fe nos fuimos adorando,
pero jamás nos vieron caminando
por el sendero del temor dañino.
Esa frescura que nos dio la fuente,
juntos entonces, nos bañó el rocío,
pero la angustia que nos causa hastío,
juntos destruimos con el beso ardiente.
Esa corriente que engrandece al río
en nuestras venas con ardor sentimos,
la gran frialdad, con la pasión vencimos,
y en nuestras almas se alejó el estío.
Juntos salimos a mirar estrellas
y muy radiante su fulgor manaba,
pues en las almas el amor brotaba
con grandes brillos que nos marcan huellas.
¿Que nos pasó que de repente un día
se acabo el mundo que los dos construimos?
Y nuestros sueños, sin luchar perdimos,
y cual la rosa, su color moría.
Nuestra pasión, que tanto prometimos
siempre sería lámpara encendida,
hoy se convierte en llama desvaída
y esa promesa sin piedad destruimos.
Pero en la vida siempre existe vela
llena de luz, con halos de ternura,
verás que siempre con perdón se cura
cualquier herida que en las almas riela.
Autor: Aníbal Rodríguez.