ANTONIO
Hay mil leguas de distancia,
poco menos, poco más,
y un océano de nostalgia
tan amargo como el mar,
entre la casa de Antonio,
y su lejano Taiwán.
Por sentíres que no importan,
que comprendan los demás,
en su vuelo la esperanza
lo condujo a mi ciudad,
cuando al pueblo de su infancia
fue dejando muy atrás.
Sin que logre la memoria,
ni un instante desterrar
su niñez en otro suelo,
se detiene a conversar,
y sus ojos son estrellas,
cuando nombra, su Taiwán.