¿Por qué eres así?
Posas frente a mí y es como si te empecinaras
en matar mi alma con el veneno de la soberbia.
Cuando te miro, no miras;
y si te hablo, silencio.
Dime niña traviesa, de ojos saltones,
piel pecosa y andar enmarañado,
¿quién te enseñó el arte de la angustia?
¿Acaso la gitana descarriada o el
encantador de víboras ilustradas?
Me conviertes en astillas vaporosas y,
luego, me cuelgas en los alambres de
aquellos amarillentos sauces.
Me pregunto si en verdad puedes hacer
esto sin sentir el amargo de la oscuridad y
el dolor de las lámparas plañideras.
Si vas a poner cerco de fuego a tu amor,
pues no intranquilices con tus zarcillos,
pendientes, botines, lunetas, cofias,
pomitos, joyeles, anillos, bolsas,
atavíos, partidores y mirra entre senos.
Actúa normal y deja esos enloquecedores
movimientos de gacela faraónica.
¿Acaso eres árbol que muestra fruto
cuando siquiera hay hojas?
Razona y no sigas extraviando a cándidos
mortales con escándalos de feria y
el ensordecedor canto de sirena falsa.
Por favor, deja que mi espíritu
retome su paz en los peñascos florecidos.