Cuando tomé entre mis manos aquella bella criatura
quería devolverle la vida dándole todo mi aliento;
Allí mismo en aquel árbol le cabé su sepultura.
Probando su puntería le dio muerte en un momento.
Cuando brota el primer verso es la prueba del poeta;
Frisaba los nueve años cuando observé el episodio.
Era un profesor de escuela quien disparó la escopeta:
¡con el arma entre sus manos rezumaba horror y odio!
La víctima aquella vez fue un inocente azulejo
que posado en una rama hacía escuchar su canto;
este acto criminal me tornó triste y perplejo:
¡haciendo incluso aflorar en mis mejillas el llanto!
Aquel día se rompió mi membrana de inocencia
y al instante comprendí la maldad que lleva el hombre;
para mis escasos años era un acto de demencia:
¡han pasado cinco lustros y preciso quedó el nombre!
La muerte de una criatura estremece al universo,
puede ser la más pequeña y quizá insignificante.
A la creación entera le quiero escribir en verso:
¡pero con mayor razón a quien se dice pensante!
Fue en un acto de vileza que mis ojos observaron
ver matar a una criatura como el más simple trofeo;
su garganta pequeñita mis oídos aguzaron:
¡con su canto melodioso como si fuera solfeo!
JAIME IGNACIO JARAMILLO CORRALES
Condorandino