Cuando despierte,
recuérdame a Connecticut,
tierra de nieblas azules y donde
Pequot levanta su grito.
Aquí siento la suavidad del percal y
escucho el tic tac del tiempo,
el rugir de un acorazado y
la mirada de una lanza indígena.
En las montañas relampaguea la nieve,
en los campos revienta el verdor y
los hombres empuñan la libertad
con tambores aguerridos.
Eres suelo divino,
que has sabido resurgir de entre la ceniza
para plantar
las flores en la cándida primavera.
En el blanco invierno,
el calor de tus chimeneas besa las nubes y
alegra los salones de las iglesias.
Cuando despierte,
recuerdame a Connecticut,
es donde siento el caliente del pan,
la sonrisa de la kalmia,
el agua dulce,
el transitar majestuoso del gran river,
las inquietas ardillas,
las palomas rodantes y
los soberbios robles blancos.
Quiero mirar el giro de tus
patos en sus largos viajes,
respirar en tus lagos y admirar
el sábalo y la zigzagueante lubina.
Déjame viajar en las grises
alas de la imperiosa águila
y sentir el canto de la golondrina,
del gorrión, del chorlo y del fino maullador.
Oh Hartford lucero,
concedeme el amor de tu biblioteca,
de tu música sinfónica,
de tus recuerdos adormilados en museo y
de tu quietud de gloria.
He de confesarte que en lo profundo de tu seno
està resguardado mi más preciado tesoro.
En esta distancia, cuanto en ti pienso,
mi alma gime y mi corazón palpita.
Oh Connecticut, cuando despierte, quiero
tomar las alas del viento para
caminar en tu parque, jugar con tus gatos,
estar en tus tranquilas calles y
pasear con mis amores, con mis ilusiones y
dormir arropado de blancura en tu callado cementerio.
Cuando despierte,
que sea en Connecticut.