Fue en un verano de los cincuenta, ella tan perfecta, el tan honesto, ambos eran jóvenes que bajo el sol y junto a la arena, tejieron y construyeron un océano de amor en sus vidas.
Ella tan delicada y bella como flor, sus tenues ojos grises y sus mejillas rosas, sus costumbres y su prosa, sus manos suaves llenas de ternura, y su dulce voz acariciando el viento.
El por su parte con parada firme y sacando pecho, mirada altiva y orgullosa de ser honesto, trabajaba días enteros por amor a su pueblo, pueblo en el cual conoció aquella flor del desierto.
La historia de estos dos es demasiado grande, causa nostalgia a los más viejos, llena de esperanza a quienes aun están creciendo, y brinda homenaje al amor verdadero.
Cuando Dios los puso de pilares ellos fueron tiernos y no bajaron sus brazos en ningún momento, educaron a diez hijos y muchos nietos, supieron ser personas, padres y abuelos.
Que gran historia la que estoy escribiendo, de estas dos personas, de estos dos abuelos, ahora uno se adelantó silenciosamente y desde el cielo cuida a sus hijos, a sus nietos, en especial aquella flor del desierto.