J. R.

Soledad

Soledad
que limpias los dientes
y alimentas el alma con tu ayuno,

que llevas trillizos
de sueño nuevo en el vientre
y la experiencia de Neptuno
trazada en cesárea. Sé bienvenida,
abrázame con fuerza, no te quites
los zapatos al entrar:
son éstas las baldosas de tu casa.


Eso sí, te lo ruego:

cuando decidas marchar
no me avises. No me dejes el silencio.

Llévalo contigo a la orilla de otro mar
en purga o tormento

para dejar entreabierta una puerta -
así lo haría el viento
con las paredes de tus horas blancas.


Volveremos a vernos de cerca en el tiempo
que vendrá de olvido, de uña y de carne,
para abrirme los ojos con los dedos de mi sangre
y sacar de mis adentros tu resto aún vivo:
la teoría de todas las cosas,
perder, desear, hacer. Gracias. Aprendí a ser
dios, 
hombre de alma impura
que camina entre rosas
para nunca encontrarse.