Se me dibuja una ligera sonrisa delgada en mi rostro.
Y con duda y misterio me mira.
Como si en mi sonrisa fuese a estar la razón
de que este reflejada.
Pero la causa es simple:
“Me debes,
y no sabes cuánto me debes.”
Sus ojos se fueron al encuentro
de un punto de fuga en el horizonte.
Decido continuar explicándole,
lo mucho que me debe.
Le dije: “No sabes cuantos besos,
cuantas caricias, cuantas agarradas
de manos completas, cuantos abrazos.
Inclusive cuantos atardeceres e
interminables momentos
de simple silencio,
juntos.”
“Me debes la razón de ver
al mundo en colores.
Aunque solo vea los primarios.”
“No sabes cuánto me debes.
Me debes mucho, me debes muchos te amo,
muchos cruces de miradas,
muchas lágrimas.”
“No sabes cuánto me debes…”
Y el silencio se hizo momento.
Y en ese entonces,
ella me debía una respuesta.
Pero simplemente
nos quedamos mirándonos,
mientras el sol trataba
de darme ánimos con sus rayos
de atardecer tardío.
Lo último que me debió fue
haberse quedado conmigo,
por el resto
de nuestras vidas.