Aunque no estés aquí visiblemente,
aunque los ojos no te puedan ver,
basta el oído, basta un sonido escuchar
para saber que estás aquí presente.
Porque jamás te fuiste lejos de nuestro mundo,
ni dejaste extraviado al hijo pródigo
que, por tu sangre, redimido fue:
le acompañaste siempre y te quedaste con él
bajo las consagradas formas sacramentales,
en este pan, en este vino santo.
Podrá engañar la vista, el gusto, el tacto,
podrá locura parecer a muchos,
podrá ser despreciado el sacramento,
pero aquí nos esperas, muy sonriente y contento.