Tus ojos son horizontes
de albas que no son mías,
ni tu boca de mis dientes,
ni tus dientes de mis días.
Tus manos son la ventura
de la nieve y la grama dedal
perfumada, suave y pura
y siempre dulce como panal.
El manantial es lágrima,
es desierto y es escarcha
encendida como mecha
que da vida a mi rima.
No es nata tibia sino cristal
salado como parpado de mar
escurrido sobre el lagrimal
y fundido al diseminar
la lluvia liviana del otoño
haciendo vaivén en los ojos;
dócil camino por el puño
a las mejillas y los poros.
Suelta de tu corazón el palomar
húmedo de las romanzas;
sujeto cáliz de añoranzas
anudadas a tu pecho flor de amar.